El Circo en Llamas
EL AJEDRECISTA DE HITLER
Actualizado: 6 may 2021
Novela de Persus Nibaes (Austroborea ediciones, Valdivia 2021)
Por Felipe Moncada

Adiós al Führer que en submarino huyó a Buenos Aires tras matar a Eva y a Blondi, su fiel perro. Desde los hielos lo oye llamar Miguel Serrano mas ni por mar ni por tierra podrán encontrarlo.
J. Teillier
La novela lleva siglos experimentando y reúne a estas alturas una gran cantidad de recursos. En ella se ha intentado todo tipo de exceso y/o rareza, para llevar adelante la narración de una historia compleja, tanto, que hasta la experimentación y el proceso de escritura pasan a formar parte de algunos relatos. Pese a lo anterior, algo de sentido común indica que si la narración no cumple con el encantamiento de querer seguir oyendo —pensando en la originaria narración oral—, fracasa con toda su pirotecnia a cuestas. Y sigo especulando y capaz exagerando: la novela que olvida el hecho que tiene alguien al frente prestando atención, caerá cual Titanic, directo al fondo marino con todos sus músicos haciendo maromas. No es el caso. En El ajedrecista de Hitler la claridad del relato recuerda a momentos ciertos mecanismos de la historia o la crónica, del recuerdo biográfico, el estilo es directo y avanza elegante hacia el final, con sus piezas puestas de modo estratégico como buen conocedor del tablero. El dinamismo en esta novela podría pasar por la manera en que se combinan distintas narraciones, en cómo se resuelven hacia un episodio en común. Un narrador principal desarrolla la vida del ajedrecista, otro narrador recuerda su adolescencia, y la tercera voz pertenece a una joven que escribe cartas a un amigo. En cada uno de estos modos se aportan perspectivas que alimentan el relato. Esa sería la obra gruesa de la novela. ¿Y “de qué se trata” esta novela?
En mis tiempos de escolar —érase oscuros ochentas— había una serie de libros que regalaba una revista proclive a la dictadura, el libro contenía al final, en unas páginas de otro color, el resumen de la trama de la obra. Trama, personajes, acción, desenlace. Ese resumen, obviamente, era lo que más se leía, aseguraba un cuatro en la prueba. Pienso en esa manera de enseñar o transmitir la narrativa, como una sucesión de acciones que se encadenan de manera causal hacia el desenlace, la historia como el surgimiento de un resultado, moralizante en el peor de los casos. Ejercitemos el estilo “resumen” para El ajedrecista de Hitler: “Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el joven Karl —chileno de padres alemanes— decidió enrolarse en las Juventudes Nazi Alemanas para combatir a sus enemigos. Participó en torneos de ajedrez emblemáticos para la época, llegando a enfrentar incluso al legendario campeón ruso —y disidente comunista— Alekhine. En el clímax de sus triunfos, Karl fue designado por el Führer para enrolarse en el frente de batalla, de esa manera parte en aquella guerra, hacia un inquietante final”… A ese resumen “pedagógico” se podría agregar en un apartado ya menos leído, notas sobre la influencia de la colonización alemana en el sur de Chile, la organización del partido nazi en Osorno, su herencia actual en la política. El suplemento concluiría con una ficha final interdisciplinaria que invitaría al profesor de la asignatura de Educación Cívica a realizar algunas preguntas en torno a la impunidad.
Escribir reseñas de libros tiene algo de maestro chasquilla. Se puede utilizar un alambrito en vez de un tornillo, yeso en vez de cemento, o un sello de teflón en vez de soldadura, los recursos se improvisan a medida que avanza la obra, la que siempre es a expensas de otra, una especie de reparación o añadido. Pienso en ello mientras repaso mentalmente la novela de Persus y ejerzo improvisadamente de pintor de brocha gorda, para cumplir bien, me digo, debo colocar papeles en el suelo para no salpicar pintura en el
piso, busco en una ruma de diarios viejos y me encuentro un suplemento antiguo de El Mercurio, llamado Suscriptores de El Mercurio. Lo miro antes de sacar las hojas y al azar me encuentro con una nota a un libro publicado por —adivinen— Ediciones El Mercurio, el libro se llama South American Joe. Jack Adams, un chileno en la Segunda Guerra Mundial, la reseña que data del 2017 dice textual: “Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Jack Adams —chileno de padres ingleses— decidió enrolarse en la Real Fuerza Aérea Británica para combatir contra la Alemania Nazi. Participó en numerosas operaciones hasta después del desembarco en Normandía, cuando su avión fue derribado en las cercanías de París. Setenta años después, esta investigación cuenta su historia y su sorprendente final.” Imagino a un suscriptor leyendo esa nota en su casa de veraneo y anotar en una libreta, en la lista “cosas que hacer al volver de vacaciones”, el dato: “comprar South American Joe”. Vidas Paralelas.
Habría que decir algo sobre el ajedrez y la guerra.
En el ajedrez, dos ejércitos de piezas de distinto color se pelean a muerte la sobrevivencia, cada pieza tiene un movimiento característico y hay una jerarquía en el elenco que va de peones a reyes. Peones por ejército hay muchos y un solo rey. Además está la reina que tiene el mayor poder de movilidad dentro del tablero. Hay caballos, curas y militares, así, treintaidós piezas por lado dan una batalla estratégica por el dominio del tablero y la captura del rey enemigo. Sin mandar a decirse las cosas se movilizan por el
bien de los suyos y el mal de los opuestos, es en cierta medida un juego sin eufemismos, un asunto entre blanco y negro en que domina quien es capaz de ver más posiciones hacia el futuro.
El ajedrez además es el juego de la estrategia por definición, el que metaforiza abstractamente la guerra. Hay jugadores que comienzan atacando con toda su artillería y ya a medio juego ninguna pieza sostiene a otra. Hay jugadores que se atrincheran en una defensa cerrada, cuidadosa, que en el mejor de los casos los llevan a las tablas (empate) con su rival, el que ha intentado romper sin resultados las trincheras llenas de trampas. Hay otros que juegan tal cual dicen los libros y la teoría recomienda, hasta que ocurre algo que no salía en los libros, y bueno, ahí se comienza a mover el bote. Hay jugadores fantasiosos que cuando la lucha se encuentra trabada, ingenian sorprendentes rupturas o sacrificios de piezas que cambian completamente la posición y le agregan un vórtice de caos a la batalla, la que se inclina por uno u otro jugador.
Hablo de jugadores y no de jugadoras, ya que de modo parecido a la guerra, mayoritariamente el asunto ha sido cosa de hombres —con honrosas excepciones que confirman la norma— Quienes han elaborado la teoría del chess han sido tipos extraños que podrían haber sido ingenieros o programadores, pero que se enamoraron de posiciones, variantes y estrategias. Es llamativo, por lo mismo, que la pieza que tiene mayor poder dentro del tablero sea la dama, algo sabrían de la vida más allá de la abstracción los desconocidos inventores del juego. Pero eso empieza a cambiar, hay maestras como Judit Polgár, ajedrecista húngara, que logró ingresar en el top ten del ajedrez mundial, y en chile hay campeonas emergentes como Javiera Gómez o Damaris Abarca, que han ido balanceando la hegemonía masculina. Damaris, desde la filosofía, que es su área de formación, comenta en una entrevista: “(…) el ajedrez tiene mucha relación con las áreas del saber relativas a las letras. La filosofía puede ser abordada de distintas maneras, pero ineludiblemente hay que leer. Nutrirse de los pensamientos e ideas de otros, que de alguna u otra forma puedan influir en tu propia reflexión. La lectura y el análisis de posibilidades que ocurre en la filosofía, incentiva la concentración, el pensamiento crítico, la duda y la comprensión, cuatro pilares fundamentales para mejorar en ajedrez.”
Hace poco una serie de Netflix popularizó el estereotipo de mujer genio-joven, que por contagio mediático ha motivado a miles a meterse en esos ámbitos estético-abstractos controlados por ahora por hombres, procesadoras de datos y bots. Será genial disfrutar las nuevas tácticas de género en el dominio del tablero. La jugadora chilena Javiera Gómez lo dice con claridad: “No es un tema de capacidad. El ajedrez es un deporte intelectual, así que tanto hombres como mujeres deberían tener la misma capacidad”.
Pero estábamos en las estrategias. En un capítulo de El Ajedrecista, Karl, ya en Alemania, conversa con su amigo pianista sobre la guerra y desarrollan la siguiente idea: Alemania estaba atacando en distintos frentes, confiados en su industria militar y en la anexión de los territorios, y ahí surge la premonición de la derrota: un jugador que comienza más de un ataque a la vez, termina por debilitarse, descuidar la defensa y perder, y es entonces donde aparece la tesis histórica de El ajedrecista de Hitler, esta es: la Segunda Guerra Mundial fue nada más que una pantalla para el enriquecimiento de la industria y todos esos jóvenes idealistas enviados a morir, su combustible.
En ese imaginario de complot, y aquí seguimos especulando, nada raro es que el mismísimo Führer escapara en un submarino hacia Sudamérica, así como otros criminales de guerra desembarcaron en algún puerto perdido de la Patagonia y se hicieron ovejeros rebosantes de salud y terrenos, o bien cruzaron hacia Chile y fundaron colonias neonazis con la simpatía de gobiernos siempre serviles al europeo y hostiles al indígena. Entonces podemos imaginar a Hitler viviendo aun en su bunker de la Antártida, jugando eternos partidos de ajedrez con Miguel Serrano, amparados por los dioses azules del hielo y creando criptogramas rúnicos con los mitos indoeuropeos de inmortalidad y gloria. Quizás hubieran retornado hasta los cantos de ciertos dioses Selknam llevados por los vientos hasta una época propia de los hielos.
Con respecto a la mirada del colono alemán, que también tendrá algo que decir en esto y no se le puede relacionar a priori con el Tercer Reich, la poeta Gloria Dünkler ha trabajado en sus libros Quilaco seducido (2002) yFüchse von Llafenko (2009) ese lugar, desde el desembarco de los primeros alemanes, campesinos que llegaron algo engañados a una tierra no deshabitada, hasta las generaciones posteriores que adhirieron en gran parte al entusiasmo de la Alemania nazi. En su libro Füchse von Llafenko, un joven también llamado Karl se ilusiona paulatinamente con la guerra, hasta que parte a Europa de manera similar al protagonista de El ajedrecista de Hitler. En el libro de Dünkler un amigo de Karl lo imagina en su destino final de idealista de “pureza” bélica: (…) Quiero pensar que llegó a ser un gran barón / y estuvo al mando de sangrientas escuadrillas. / Que derribó a miles, torturó a cientos, / y no tuvo un gesto amable con sus rivales. / Quiero suponer que mi amigo vive oculto / en los archipiélagos del sur, / quizás allí encuentre clemencia.
Persus Nibaes es el seudónimo del puertomontino Javier Soto, doctor en ciencias humanas, profesor, asistente en una revista de musicología, patiperro por Sudamérica y Europa, establecido por ahora en Talca. Ha escrito tesis sobre la rebelión mapuche-huilliche de a finales del siglo XVI. Además ha escrito la novela El levisterio, en que aborda la mitología chilota con su carga de brujería a la cual añade fantasía. En la actualidad escribe El revisorio, novela hermana de El levisterio, y las novelas La pianista de Hitler y otra titulada con el nombre de su alter ego: Papelillo. Se trata entonces de un prolífico narrador que se sitúa entre la historia y la imaginación, sacando a relucir las piedras más brillantes e inquietantes del mundo del sur de Chile. Una novela ágil que se abre a especulaciones históricas y muestra zonas oscuras de las tensiones en provincia, una narración que invita a desarmar algunas nociones aprendidas —y por qué no— a divagar, como en esta reseña.