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EL DISCIPULADO DEL RÍO COOPER

Sobre Elysium (Andesgraund Ediciones, 2021) de Roger Santiváñez.


Por Cristián Gómez Olivares



Para quienes (aún) no lo conozcan, Roger Santiváñez (Piura, 1956) es un poeta y narrador peruano que a estas alturas del siglo XXI se ha convertido en una de las ­guras imprescindibles del canon poético del continente. Resulta paradójico –y por lo mismo requiere de una explicación– lo anteriormente señalado sobre este autor, en consideración a su trayectoria inicial y a lo que ella signi­ficara en su propio periplo escritural, pero también por el impacto obtenido en el mundo y el mundillo literario del Perú y sus zonas colindantes.


Valga recordar que el primer volumen de Santiváñez, “Antes de la muerte”, se publicaba allá por mil novecientos setenta y nueve, en un Perú y en un universo bastante distinto del que hoy nos toca vivir. Los peruanos eran testigos de los últimos estertores del gobierno de Morales Bermúdez y ni siquiera se imaginaban el aluvión de violencia que sobrevendría unos años después, de la mano de Sendero Luminoso y el aparato represivo del Estado. Ya en los ochentas, junto a Mariela Dreyfus y otros jóvenes escritores y artistas, funda el Movimiento Kloaka, un intento de echar abajo todas aquellas instituciones sociales que atentaban contra el libre albedrío juvenil y popular que este grupo abanderaba. Años de actividad cultural frenética en medio del caos en que se vivía en el Perú, Santiváñez comienza a cimentar una escritura que recogerá lo mejor de la poesía conversacional de décadas anteriores, pero dándole un giro que cali­car de “popular” sería un mero gesto para la galería. En lugar de eso, creo que sería mejor hablar (como lo hace, desde una perspectiva lacaniana, Víctor Vich) del “agobio entre la opción por querer representar al mundo en su pura materialidad y el destino trágico de tener que narrarlo simbólicamente”. Dicho en otras palabras, la poesía de Roger Santiváñez se enfrentaría, como cualquier empresa artística, a la imposibilidad de acceder a lo real, al mundo, sin la mediación de un lenguaje que lo haga inteligible.


No cabe duda de que la obra temprana de este poeta piurano y peruano nos permite asomarnos a algunos de los acontecimientos de la vida de aquel país, tanto en la década del ochenta como en los noventa. Eso no obsta para que tal visión esté tamizada por una construcción poética donde se mezclan hablas así llamadas marginales con cultismos que de a poco van asomando en el diccionario del poeta, referencias a un impulso vital traducido en erotismo, el que a su vez abrirá las puertas a un aspecto que paulatinamente irá cobrando protagonismo, como es la presencia de lo sagrado. En palabras de Eduardo Chirinos, que algo sabía de poesía, conviven en la escritura de Santiváñez las fuerzas centrífugas de marginación y comunión.


Esta suerte de dialéctica en la obra del piurano se explica por la presencia de polos opuestos que no terminan nunca de resolver sus contradicciones –nostalgia y utopía, en el caso de Santiváñez–, hasta llegar a las puertas del poema, donde se logrará, o al menos podrá esbozarse, una síntesis. Ese esbozo es el triunfo de la dicción, de la palabra. Dice Chirinos que, hablando de los Dolores Morales de Santiváñez, libro donde se reúne buena parte de la producción poética de Santiváñez hasta el año dos mil cinco, un poeta nos entrega, o nos debiera entregar, a partir de los treinta y cinco años, Nel mezzo del cammin di nostra vita, una obra que sea distinguible de otras en tanto voluntad de unidad, en otras palabras la posibilidad de leer esos textos, que comprenden un arco de poco más de tres décadas, como partes móviles, y aun así necesarias, de un conjunto diverso, pero armónico. Si algo ha cambiado, continúa Chirinos, durante todos estos años, es la relación del poeta con la muerte. La extrema y progresiva radicalización de su lenguaje sería un proceso íntimamente relacionado con los índices cada vez mayores que, por una parte, el hablante de estos textos experimenta en relación con lo real, pero, asimismo, con el deseo insatisfecho de alcanzar ese absoluto que linda, si es que no derechamente es, lo sagrado y/o lo divino.


Es en ese sendero donde Santiváñez desembocará (en un camino que no es lineal, sino lleno de sobresaltos, de ires y venires, avances y retrocesos) en una relación con lo divino que se había anunciado latamente en su obra (incluso antes de Cor Cordium, de mil novecientos noventa y cinco, que es toda una re-elaboración de la idea mariana de la Virgen, la relación de pureza, santidad y erotismo aparecía una y otra vez en sus poemas iniciales), pero que sólo a partir de su aventura norteamericana (Santiváñez emigra a Estados Unidos a principios de este siglo) se concretará en una nueva forma de decir.


Enclaustrado –literal y metafóricamente– en su Arcadia norteamericana, el muchacho que buscaba liberar la experiencia de su Lima-limón ochentera y noventera, la urbe sacudida por la inveterada insatisfacción de la política peruana, pero también por la violencia estatal y senderista, donde su búsqueda personal y existencial se basaba en entender siempre la vida como algo más, se ha convertido en un hablante contemplativo que ha hecho de su íntimo exiliamiento una instancia para desatar otras fuerzas que expliquen tanto la realidad como su decisión de partir.

Elysium, en consecuencia, es parte de un proceso escritural y de sentido que viene desarrollándose desde hace algunos años y que cuenta con algunos capítulos previos (especí­camente, los otros títulos publicados por Santiváñez recientemente, desde uno de los últimos volúmenes como es Balara/Asgard & otros poemas, del dos mil dieciocho, en México, pero comenzando ya con Eucaristía, libro que abre su ciclo norteamericano, el dos mil cuatro), pero que también nos muestra características me atrevería llamar únicas.

Por lo pronto, una de las cosas que más llaman la atención en este nuevo volumen, es su decantación en un área de sentido que lo acerca a una poesía religiosa, pero no necesariamente confesional, si se me permite el término. En las palabras liminares de este volumen, Santiváñez (el autor real y el autor “inscrito”, esa ­gura textual que es la traducción simbólica, literaria si se quiere, de aquel otro que se enfrenta en carne y hueso al mundo exterior) nos cuenta que Elysium fue escrito en caminando, “en romería diaria” cito textualmente, por las “bucólicas” (el adjetivo nuevamente pertenece a Santiváñez) orillas del Río Cooper.

Pues bien, antes de adentrarnos en el título mismo de este libro, ya que pocas veces, nos parece, un título es tan revelador de la dirección de un poemario, conservando a la vez la discreción y la sutileza como nortes de la escritura, quisiera detenerme en ese término, “romería”, que me parece es mucho más elocuente de lo que en principio podríamos suponer. Romero era aquel occidental, en los tiempos en que el imperio romano ya se encontraba dividido en Oriente y Occidente, que cruzaba las tierras del imperio oriental en pos de la tierra santa. De ahí, entonces, la romería, esa peregrinación de occidentales hacia los lugares sacros del cristianismo. Su uso, por ende, en un libro de poesía de un autor peruano del siglo XXI, su uso más o menos reiterado, debiéramos agregar, no deja de ser signi­cativo, no deja de decirnos algo. ¿Cuál es el destino de la peregrinación del hablante de estos poemas?, ¿testi­car, simplemente, sus paseos por las orillas del río?, ¿recrear una poética bucólica –las jóvenes musas remando en las aguas del Cooper, la belleza que detentan, el contacto con los elementos de la naturaleza, el locus amoenus que demuestra estar particularmente habilitado para escaparse del mundo, al menos del mundo como distracción y caos, en un guiño a lo Fray Luis de León y su “descansada vida/la del que huye del mundanal ruido”?

Creo que la(s) respuesta(s) a esta(s) pregunta (s) debe(n) subrayar lo obvio: es imposible recrear un paisaje semejante ni mucho menos refocilarse en la paz que supuestamente tal lugar otorgaría. Es imposible, al menos para nosotros, en esta segunda década del siglo XXI, donde lo que contemplamos son las ruinas de todos los proyectos redentores y las ilusiones de progreso (ni siquiera es necesario recordar la pandemia mundial en medio de la cual se escribe este prólogo para que las a­rmaciones anteriores mantengan su validez), ni tampoco podemos esperar un remanso de paz poética sin una fuerte carga de mala conciencia. ¿Qué se propone, entonces, con este libro, Santiváñez?, ¿qué se viene proponiendo desde hace tres lustros con estos textos que se adentran sibilinamente en un maridaje adúltero con lo pastoril?

No suponemos inocencia en un poeta de lata andadura y credenciales comprobadas como las del poeta peruano. Intentaremos, entonces, ver hacia donde apunta la estética de Elysium. Para eso, más que examinar los poemas con una lupa en busca de un signi­cado, preferiremos la observación atenta de aquello que rodea a los poemas, de esos para-textos que anteceden al cuerpo mismo del volumen. Si, por una parte, ya vimos el peregrinar que se anuncia en la pequeña introducción del libro, esa romería que no es casualidad, hay otros dos puntos para nosotros decisivos en el libro. Uno es la dedicatoria, para la actriz Dalmacia Samohod, actriz peruana pero, tal vez más importante que su propio papel sobre las tablas de ese país, sea el hecho de ser madre de Dalmacia Ruiz Rosas Samohod, poeta peruana, aliada principal del Movimiento Kloaka y pareja de Santiváñez durante aquellos años. Volvemos así de inmediato a una época y un lugar que fueron claves en la biografía del autor y, también, de seguro uno de los momentos más álgidos de la vida del Perú, por motivos explicados más arriba. Expresión juvenil, violencia política, callejeo urbano, rock underground, erotismo como salida.

Si la dedicatoria nos hace indirectamente mirar hacia atrás, adentrarnos por la puerta de atrás en el universo de la nostalgia, veremos cómo el título no hace menos en este empeño de llevarnos a un espacio diferente (y distante) del presente. Por lo pronto, una cosa que habría que anotar: el título de este libro, tal vez el libro entero, es más poundiano de lo que podría imaginarse. “Elysium” re­ere, en la mitología de la Antigüedad Clásica, a los campos elíseos donde eran recibidas las almas de aquellos virtuosos y de aquellos guerreros heroicos que merecieran tal destino. Por extensión, se usa para hablar de cualquier lugar donde domine la felicidad y un sol cálido alumbre la vida de sus moradores. Dicho esto, si uno revisara el epígrafe de Ezra Pound (“When the mind swings by a grass-blade” que aparece en las primeras páginas del libro de Santiváñez), se daría cuenta de que proviene de un fragmento del Canto LXXXIII:


“When the mind swings by a grass-blade

an ant’s forefoot shall save you

the clover leaf smells and tastes as its ­ower” 1[i]

Ahora bien, el Canto LXXXIII, así como todos aquellos que van desde el LXXIV hasta el LXXXIV, son los que se conocen como los “Cantos Pisanos”, i.e., aquellos cantos escritos por Pound mientras era prisionero –una vez ­nalizada la Segunda Guerra Mundial, durante la cual Pound vivió en Italia y defendió el régimen fascista de Benito Mussolini– en el Disciplinary Training Centre, a las afueras de Pisa, donde Pound estuvo literalmente enjaulado, al aire libre 2 , a la espera de que se decidiera su futuro. El tenor de estos poemas es muy distinto del resto de los cantos de Pound. Aquí se trasluce el sufrimiento físico y moral que Pound padecerá durante su encierro. Cuando repasamos algunas de sus páginas, especialmente aquellas donde se encuentra la cita que utiliza Santiváñez, vemos que, junto con el uso de ideogramas y algunas referencias mitológicas, hay una serie de saltos hacia recuerdos de su juventud, intercalados con menciones de la situación que, en ese momento, vivía, haciendo un fuerte contraste entre uno y otro momento. Es como si el Pound del encierro en algunos de estos cantos hubiera logrado una suerte de aceptación en su relación con la tierra, la naturaleza, pero también con su destino. Y es precisamente ese mirar atrás, ese autoexamen, a falta de un nombre mejor, que Pound lleva a cabo en estos cantos escritos en Pisa, la conexión más prístina que podemos establecer con el Elysium de Santiváñez 3.

La supuesta inocencia o ingenuidad que mencionábamos más arriba a la hora de componer estos poemas que ahora nos reúnen, y su ubicación en una especie de Arcadia del siglo XXI, la podemos explicar entonces como el retorno a una nostalgia que intenta re-establecer ciertos parámetros de comprensibilidad para un mundo que sigue, hasta cierto punto, resultándole ajeno al hablante de estos poemas. Con esto queremos decir que la búsqueda de sentido por parte de la voz que habla en Elysium no ha concluido aún, lo cual engarza a este volumen con el resto de la producción poética de Santiváñez. Pero, al mismo tiempo, ese elíseo por donde el poeta se deja ir en sus caminatas y en las que se detiene en la belleza de las jóvenes remando en el río, ese lugar le ofrece un remanso que pareciera ser una utopía arcádica, pero –al igual que el Pound de los cantos pisanos que se lamentaba de que en las rejas de su jaula no hubiese ninguna Althea–, Santiváñez sabe que ese Elysium por plácido que sea, se encuentra en las salas del in­erno (véase la nota n° 3), probablemente los Estados Unidos de la distopía trumpiana, tal vez la distancia que lo separa de su infancia piurana y su juventud limeña. Sólo así podemos leer esta utopía arcádica como una toma de posición, como un volumen absolutamente consciente del lugar desde donde habla, como la posibilidad (Chirinos dixit) de pertenecer y no pertenecer, de soledad y comunión que caracteriza toda la obra de Roger Santiváñez.


1 En la traducción de José Santos Amaral, de la que Javier Coy prácticamente no se desvía en absoluto, el texto reza así: Cuando la mente se mece colgando de una hoja de hierba y la pata delantera de una hormiga ha de salvarnos la hoja del trébol huele y sabe cómo su flor. 2 Puede parecer una contradicción en los términos eso de estar “encerrado al aire libre”; lo que ocurre, es que en el Disciplinary Training Centre, aquellos considerados como casos peligrosos eran colocados en jaulas, las cuales no estaban al interior de ningún recinto cerrado, sino, literalmente, al aire libre. De ahí la aparente contradicción. 3 Es en el canto LXXXI, precisamente uno de los más conocidos cantos de todo el conjunto, donde encontramos la mención directa del título del libro de Santiváñez: “Primero vino lo visto, entonces así lo palpable/ Elysium, aunque fuera en las salas del infierno,/Lo que bien amas es tu verdadera herencia/De lo que bien amas no te privarán” (traducción de Javier Coy; el subrayado y las cursivas son nuestras). Este fragmento es clave para entender a cabalidad el volumen de Roger Santiváñez que el lector tiene en sus manos.


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