El Circo en Llamas
DESEO MODIFICAR ESE RECUERDO Y NO PUEDO
Actualizado: 24 nov 2020
Una lectura del libro Balada (Pez Espiral, 2019) de Cristian Foerster.
Por Tomás Morales

"Una composición que puede servir también como testimonio de los últimos sonidos e imágenes que se experimentan antes del fin de las civilizaciones".
Cuando escucho (o en este caso, leo) la palabra que titula este libro pienso en dos cosas: las canciones que armaron nuestra crianza emocional mediante la radio y una denominación para hablar de un poema o borrador que deviene en la cursilería. Esta segunda asociación quizás resulta más personal (obviando al elefante en la habitación: las baladas inglesas del siglo XIX), pero en la lectura del libro de Cristian Foerster sí siento que resalta ese elemento en común: el anclaje de imágenes correspondiente a un ritmo secreto. El ejercicio de la prosa que sirve también como forma de marcar las pausas y las secciones de una obra, donde el lector se encuentra inmerso e intenta determinar los giros textuales que crean el compás del texto. Sin la ayuda de una guía común (por ejemplo, un índice) solo queda observar la secuencia que se va armando: “¿el lenguaje es un castillo o una caja de zapatos?” (52), una pregunta articulada en lo que asimila un párrafo o una sección del texto, pero sin base ni punto de tope que permita identificar su estructura.
No es tampoco una frase azarosa en el desorden. El texto realiza su vaivén a través de imágenes que arman pequeñas asociaciones temáticas desperdigadas en la secuencia, como motivos de una canción o sinfonía. Recuerdos de infancia, imágenes de la naturaleza entrelazadas con la ciudad o que evidencian un apocalipsis avecinándose: “Miles de salmones muertos arrasan con los ríos y lagos. Truchas se liberan de sus redes y se zambullen en lo que aún no termina de ocurrir. Esparcen veneno, su letra arcoíris” (29). Una composición que puede servir también como testimonio de los últimos sonidos e imágenes que se experimentan antes del fin de las civilizaciones. El momento en que vuelven a aparecer los hechos nimios del pasado: “una persona estrangulaba a un perro y decía que esos gemidos eran palabras y por meses la noticia ocupaba la pantalla. A un niño le dicen que habla como ese perro que ahorco con mis manos” (78). Animales en estado de putrefacción o extintos que reflejan la mente de un jardín pisoteado. Glaciares que se confunden con cubitos de hielo en un vaso de ron. La atención de los sentidos está totalmente puesta en el exterior, y cada frase arma concatenaciones de experiencias verbalizadas que involucran cada parte del cuerpo para dar cuenta del mundo. Un mundo que la voz observa y palpa mientras los mayores “parecen no escuchar. Están tan concentrados respirando otra época, que no se enteran de los peligros que corremos ahora” (79).
Quizá esto se trate de una mera coincidencia, pero justamente esta Balada guarda reminiscencias de los mismos poetas ingleses que cultivaban esta forma siglos atrás, no solo en su escritura sino también en las imágenes que remiten al fin de nuestros ecosistemas. El crítico norteamericano Jonathan Bate detecta un posible paralelo entre algunos poemas de la época y la situación climática en las que fueron producidos. Sin ir más lejos, el poema “Al Otoño” de John Keats, según Bate, fue escrito en una época donde el clima fue extremadamente favorable para las cosechas (1819, dos años antes de la muerte del autor), después de un periodo catastrófico para la agricultura inglesa que transcurriría desde 1816 a 1818. En la última estrofa se puede leer: “¿En dónde está la primavera con sus cantos?/ No pienses más en ellos sino en tu propia música”. Aun con todo en contra, armar una nueva armonía mientras los edificios obstruyen el paisaje y las fosas se repletan de huesos.
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