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  • Foto del escritorEl Circo en Llamas

LA CIUDAD QUE DELIRA Y SE PRENDE

Actualizado: 24 nov 2020

Una lectura de El incendio de Valparaíso (La Cáfila, 2003), de Eduardo Correa.


Por Antonio Rioseco

"El puerto funciona como contexto, pero se escabulle dentro del libro, no se deja ver. Priman las voces y el desorden, el caos que provocan las llamas, una sensación de que hay que tomar todo y largarse".

Luego de la publicación en 2003 de El Incendio de Valparaíso, lentamente se fue extendiendo la opinión de que se estaba frente a un libro potente, que se instalaba como un referente de la poesía situada en Valparaíso.


Su autor, Eduardo Correa (1953-2014), aceptó el ofrecimiento de la extinta editorial La Cáfila para publicarlo, con un resultado en términos de objeto -lamentablemente- de un diseño, diagramación y materialidad bastante mediocre. No era raro años atrás caminar por la feria de antigüedades de la plaza O’Higgins o la de cachureos en la Av. Argentina y encontrar algún ejemplar de El Incendio, por no más quinientos pesos. Tras esa factura poco decorosa y de múltiples erratas, se escondía un libro que logró sortear esos impedimentos y ser leído como se merecía, por todos quienes nos hicimos de él.

Correa era un tipo especial, de una amabilidad que no se desprendía a simple vista; un intelectual ligado a las artes visuales y a la teoría, académico por largos años de la Universidad de Playa Ancha y actor cultural formado en los años donde todo era, por decirlo menos, complicado. Cercano a Juan Luis Martínez y conciente de los otros referentes que cultivaron la invisibilidad, como Ennio Moltedo y Rubén Jacob, Correa se mantuvo silente más allá de sus pocas publicaciones hechas siempre a pequeña escala. Los que en su momento leyeron Bar Paradise, Circus Baroque o Márgenes de la princesa errante, se encuentran en un pequeño círculo del que Correa no fue ni por mucho su centro, pero que de igual modo gravitaba en la configuración del mapa de esta pequeña provincia.


El 2009 con Rodrigo Arroyo estuvimos a cargo del dossier que se publicó en el último número de la revista Antítesis, para el cual le realizamos una entrevista, una breve antología y un ensayo sobre sus textos. Lo visitamos en un par de ocasiones en su casa de Chorrillos, en Viña del Mar, experiencia que con Rodrigo nunca nos cansamos de revisitar. Nos impactó de sobremanera la pulcritud de esa pequeña morada, en la que él parecía estar de visita, como si temiera utilizar sus habitaciones. Cuando le hablábamos sobre El Incendio, respondía con suma modestia, de un libro al que guardaba mucha estima. Valparaíso era parte de su espacio vital y de reflexión poética, y en ese texto lo lleva hacia una tensión que tiene al lenguaje poético como resorte.


Resulta interesante la manera en que toma la ciudad tanto pretexto y argumento. Lo primero, en el sentido de que el imaginario está presente, pero no a modo de paisajismo. Está el cemento, los cerros y sus quebradas y calles que todo lo complican, pero que no vienen a decirnos que debemos mirarlas a modo de postal de lo que es y ya no es este puerto: vienen a formar parte de la teatralidad con que Correa dispone de Valparaíso, una ciudad espectacularizada que lucha contra sí misma. En ese sentido la ciudad se convierte también en argumento, como sustento de las voces incoherentes, ambiguas y erráticas que cruzan el Incendio.


“Si entre los hermanos no se ponen de acuerdo para vender, no se preocupe. Asegúrese de que tenga cortinas, encérela bien, empape un gato con parafina, préndale fuego y láncelo al interior de la casa. El terreno vacío vale más y es más fácil de vender”. Ese era el comentario que nos hacía un maestro, mientras desocupábamos la pieza que dejaba un amigo en Cerro Monjas. Cada vez que se quemaba una casa en Valparaíso, no dejaba de acordarme de esas palabras, así como de Correa y su fijación por los incendios, más aún durante la catástrofe del 2014.


En El Incendio de Valparaíso el puerto funciona como contexto, pero se escabulle dentro del libro, no se deja ver. Priman las voces y el desorden, el caos que provocan las llamas, una sensación de que hay que tomar todo y largarse. Y en vez de que corran por las calles los perros vagos, ebrios y marinos atolondrados, se cruzan las referencias a Derrida, Wittgenstein entre citas en latín, como si la confusión no fuese ya suficiente. Es que también el miedo se hace presente, y se transforma en pánico en la medida que el libro no intenta resolver nada, ni apagar, siguiendo la metáfora, el incendio que se desata entre las páginas. La feminización coral que se le asigna al hablante, y la persistencia de imágenes que pasan entre las apariciones de la Virgen, prostitutas, sibilas, y esquizofrénicas de psiquiátrico, van armando relatos paralelos. La finalidad no es sino arrasar con todo, y dejar esas voces como testimonio del desastre, de que el pasado es peor o igual que las laderas consumidas por el fuego.


Si quisiésemos desentrañar la alegoría que queda detrás del Incendio, esta pareciera ser la ciudad en sí misma, generadora de delirio, urbanizada en un desmadre dadaísta, y que se instala de manera circular en el texto, en el que se confunde el espacio que se habita con el que se destruye. Es, de algún modo, un libro escrito entre las llamas.


Link editorial: http://lacafila.blogspot.com/
Valor referencia: s/ info.
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