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"LA MANO DE YIN EN LA MÍA"

Notas sobre un encuentro con la biblioteca y la mano de Gabriela Mistral.


Por Breno Donoso

Otoño de 2019: me encuentro en la casa de Silvia, mi amiga de ochenta años, listo para volver al Museo Gabriela Mistral de Vicuña y continuar con la investigación sobre los libros personales de la Nobel.


En 2018 nos conocimos con Silvia, Oscar Hauyon nos presentó, me dio techo y comida cuando yo no contaba con los recursos para costear mi estadía en otra región; siendo oriundo de Villa Alemana tuve que trasladarme al Valle de Elqui para llevar a cabo la investigación. Silvia me dice que le hago compañía y me regalonea, mientras destrenza su historia de vida.


Camino hasta mi destino sin necesitar locomoción. Por suerte, la casa de Silvia queda a dos cuadras del centro de Vicuña y a menos de cinco de las inmediaciones del museo. Paso por un Marley Coffee. Al llegar al museo, lo primero que hago siempre —como parte de un rito—, es ir a la pileta del frontis y leer el fragmento del poema “Agua” de Gabriela Mistral, que está inscrito en la piedra:


Tenga una fuente por mi madre

Y en la siesta salga a buscarla

Y en jarras baje de una peña

Un agua dulce, aguda y áspera.


¿Y en la siesta salga a buscarla? ¡Qué sublimazo y cotidiano desdoblamiento, transfiguración o viaje astral Gabriela evoca! Quizá el reencuentro de madre e hija en otro mundo mediante la conjuración de las potencias del agua…


Luego de este rito atravieso del frontis a la biblioteca, no a la sala de exposición permanente para público, ya que los libros personales de Gabriela —el corpus de mi investigación— permanecen custodiados en macizos estantes de madera y vidrio en la biblioteca del museo. Allí me encuentro con la Pao —encargada de la biblioteca—. Está en su mesón digitalizando libros. Me ha facilitado cuidadosamente cada libro de los más de ochocientos que conforman la última biblioteca personal de la poeta: la Colección Doris Atkinson.


¿Qué es la Colección Doris Atkinson? En 2007 aterriza en Chile —después de sesenta años de ausencia— una inédita donación de un legado inédito: Doris Dana —compañera y heredera de Mistral— fallece en Estados Unidos el 28 de noviembre de 2006. La sobrina de Dana, Doris Atkinson, según orden testamentaria, se convierte en la albacea del legado mistraliano. Atkinson, consciente de la importancia de este legado, decide donarlo al Estado de Chile, concretándose el arribo el 10 de diciembre de 2007. ¡Más de una tonelada y media! 168 cajas integradas por fotografías, cartas, películas, cintas de audio, poesía y prosa inédita, cientos de objetos personales y su última biblioteca personal.


Entre los libros de esa biblioteca personal de Gabriela me sumergí durante meses. ¿Con qué motivo? Con el convencimiento de hallar en las lecturas espirituales, que acompañaron y nutrieron a Mistral, un enfoque educacional distinto para la comunidad. Así fue el hallazgo. Gabriela subrayó cada libro imprimiendo y posibilitando una huella lectora que reafirma su pensamiento pedagógico.


Maravillosamente —con o sin quererlo— Gabriela, al subrayar cada libro y al escribir anotaciones en los márgenes de estos, nos señaló cuáles pueden ser las posibilidades del espíritu y la voluntad para ampliar y diversificar el acto educativo, sin restringirlo solo al aula escolar, llevándolo al espacio cotidiano. ¿Qué tipo de libros leyó mayoritariamente? Espirituales, llámense esotéricos u ocultistas. Gabriela fue consciente de la necesidad que tenemos como seres humanos de cultivar el mundo interior para asir el mundo exterior. Supo que para comprender cualquier materia del conocimiento era vital activar lo que hay de sensorial en el alma humana. Lo sensorial a la intemperie, el aula abierta.


En realidad, ahora que lo pienso, recién puedo escribir esto.


En ese otoño de 2019, junto a Pao y los usuarios de la biblioteca del museo, sentado en una mesa apartada que debía esterilizar cuando posaba las centenarias ediciones encima. Puestos los guantes quirúrgicos, con una extraña sensación de dicha y tristeza, como si me encontrase con objetos de algún muerto amado.


En ese momento no llegué a comprender como hoy la cantidad de emociones y símbolos que desprendió cada página de esos libros encantados por la mano de Mistral.


Además de marginalias entre esas páginas, encontré pelos de melena cana, borra de café, palitos de fósforo.


Pero una tarde distinta de ese otoño, ya avanzada la lectura de los libros sobre la dimensión espiritual, Pao se acerca a mi mesa y me presenta a su amigo Miguel, que trabaja en sanación con cuencos tibetanos y vibración del agua. Los tres caminamos a la palmera del patio trasero del museo para conversar.


De repente, Miguel nos pide tomarnos de las manos en silencio y formar un triángulo bajo la palmera. Él entona un mantra. Pasados unos minutos volvemos a la biblioteca. En ese momento Miguel me mira y de la nada me dice: «Gabriela desde el mundo astral ve en ti a un hijo, a un Yin continuador. Y no es fortuito que te haya abierto su biblioteca más íntima».


En ese momento apenas reaccioné porque todo era tan fresco que no alcanzaba a comprender.


Miguel se fue, Pao volvió a su mesón y yo me fui directo a los estantes a seleccionar un libro más, para aprovechar lo que restaba de tarde antes que cerrara el museo. Nuevamente, guantes quirúrgicos y asepsia a la mesa apartada.

Esta vez tomé un libro que recopilaba conferencias de Rudolf Steiner: L´Homme dans ses rapports avec les Animaux et les Esprits des Elements (El hombre en su relación con los Animales y los Espíritus de los Elementos). Como siempre, partí identificando los subrayados de Gabriela con el lápiz de palo azul con que subrayó casi todas las páginas de sus libros.


Luego reviso atrás del libro, en la hoja de guarda final, donde leo de puño y letra de Gabriela una oración solitaria en medio de la página, que dice: «La mano de Yin en la mía». En ese preciso instante sentí un estremecimiento, una sensación que aún no puedo describir específicamente. Imaginé y sentí su mano sobre la mía. De alguna manera al leer los libros de Gabriela yo estaba poniendo mis manos donde ella puso las suyas en otro tiempo.


Ya han pasado dos años de ese día y de esas tardes. He escrito este texto no como un ensayo sobre mi investigación, sino como una memoria que quisiera compartir con ustedes.

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