El Circo en Llamas
LAS MALAS: EL CANTO HIPNÓTICO DE AVE RARA.
Sobre Las malas (TusQuets, 2019) de Camila Sosa Villada.
Por Tania Lagos
Terminé de leer Las malas (TusQuets, 2019) de Camila Sosa Villada (1982) sentada en una banca de madera de la casa matriz de Banco Estado, ubicada en pleno Paseo Ahumada, y me puse a llorar ahí mismo. “Colección rara avis” se puede leer en la portada del libro, justo sobre la fotografía de dos mujeres sobre un caballo. No dejo de pensar en lo que significa ser ave rara, dónde está la rareza, qué es lo particular. Sentada como estaba, en pleno centro de Santiago las veía, de alguna forma, en todas partes. La señora de pelo rojo desteñido arrastrando el carrito con bolsas de feria cargado de juguetes y chucherías para vender. El caballero sentado en la banca del frente que cada tanto y tanto giraba la cabeza y subía el hombro en un tic incontrolable. El evangélico predicando sobre una tarima improvisada acerca de las perversiones del mundo. Un conjunto de dolores expresados nada más que en el cuerpo, a la vista de todos. Desajustados. Desadaptados. Aves raras, pienso, pero me retracto en seguida. No cualquiera es ave rara. No basta con cargar un dolor, no basta con que el cuerpo asemeje un campo de batalla. Ser ave rara es quizás saber encontrar lo resplandeciente en aquello. No perder la ternura, aunque la vida intente una y otra vez arrebatarla con todo lo que tiene. Es quizás, también, vivir como se quiere, aunque parezca que no se puede. Al abrir el libro, una fotografía de Camila Sosa, preciosa, sonriendo coqueta a un punto lejano, como si no supiera que la están fotografiando.
Entrar el mundo que nos propone Camila en este libro, es entrar de lleno a los extremos. Quisiera hablar de luces y sombras, pero no es suficiente. Jugar con la imagen del claroscuro de alguna manera deja fuera la sorprendente brutalidad del relato presente no sólo en forma de horrores, sino que también en forma de amor. Amar brutalmente, brutamente. Amar con la intensidad de lo dolido. Amar a destajo, arriesgándolo todo ¿cómo? me pregunto ¿cómo es que hemos sobrevivido? ¿cómo es que sobrevivió? ¿cómo es que se sobrevive? Miré al evangélico predicando y pensé en qué será, por Dios, lo que le pesa tanto en la conciencia para tener esa energía de gritarnos a todos, incautos, perversos, mal habidos seres humanos con falta de luz, la palabra Santa. “Para algunas personas es más fácil morir que cambiar” dice la protagonista en alguna parte de su relato “Quizás nuestro triunfo haya sido ese: que seamos inocentes de ignorar nuestro milagro” dice más adelante La Machi, que es aquella que carga la fe de las travestis, su iglesia y su creencia. Una fe abierta al pecado, nacida a punta de sufrimiento, y por eso, tosca y hermosa.
Mirar a la gente del Paseo Ahumada caminar de aquí para allá en una suerte de ejercicio de adivinanza. En la confusión terrible de ver pasar desconocidos con media cara cubierta, recordé los ojos mansos y llorosos de un rostro negro. Traía un niño a cuestas y se paró al lado de nuestra mesa a pedir lo que sea que nos quedara de comida. Yo no pude moverme. Me quedé como una bruta entendiendo cosas que no entiendo. Cosas que nadie más que ella podría entender. Mi acompañante le echó en su bandeja de plástico los pedazos de tortilla y fritos de coliflor que nos quedaban en los platos. Yo no podía moverme. Vi esos mismos ojos mansos pasar de la tristeza a la ferocidad en una expresión que le transformó el rostro entero al escuchar a uno de los meseros corretearla como se corretea a un perro. Vi su violencia, la de él, reflejada en ella. Vi toda nuestra violencia ¿y qué es lo hermoso en ello? ¿qué es esta belleza indescriptible con la que me prendo de un libro como Las malas? ¿Qué es lo que me atrae tanto de esta ciudad?
Supongo que la respuesta es lo que está detrás de todo esto. La esperanza, si se quiere. Las malas es un relato periférico que comienza con el amor de madre de la Tía Encarna y termina con él. Una mujer tan mujer como cualquiera, que ama a un niño con locura. Se encierra, como a veces se encierran las madres, con el único propósito de protegerlo y protegerse. En el acto de ser madre lo pierde todo. Pierde a su pareja, pierde a sus hijas putativas, se va diluyendo de a poco en el relato hasta convertirse en un sujeto doblemente periférico primero por travesti y luego por madre. Una aberración de la naturaleza imposible de sostener ¿dónde está la ofensa? ¿de qué perversión me hablan? Su angustia materna es igual a la mía, que nací mujer y engendré en las entrañas. Esa ha de ser la única diferencia.
Vuelvo a los ojos negros, a mi mutismo absoluto. Vuelvo a la imposibilidad de amar. Las manos de mi acompañante que tomaron la fruta para darle al niño que dormía en mis brazos al despertar. Mientras yo, sin poder sacarme la imagen de esos ojos negros tan dolidos, tan feroces. Lo hermoso del relato es la valentía de romper el silencio. Ser incapaz de traicionarse a sí misma, ser incapaz de ser otro, a pesar de que eso que se es conlleve castigo, rechazo, burlas, violencia en todas las tantísimas formas que puede adoptar. El deseo tremendo de vivir, de existir aquí y ahora, en un mundo como este. La fuerza de aferrarse a lo propio con uñas y dientes. No y no dejarse amedrentar, no dejarse caer. La ferocidad de esos ojos. La ferocidad de Camila sonriendo desenfadada frente a la cámara, invitando a mirarla.
Sentada entre la multitud sé que pertenezco a la misma danza, a las mismas tensiones. Lo que atrapa es la certeza de saberse sujeto y reflejo. Una suerte de humanidad nacida en la ausencia de ella. La humanidad en la sonrisa sincera de Camila. La humanidad que aflora en plena batalla, en plena locura. La humanidad de saberse rescatada. La templanza absoluta que le sucede a la angustia. Camila Sosa es el ave más rara de todas, y Las malas es su canto hipnótico imposible de ignorar.