El Circo en Llamas
LINEA NIGRA: UN DIÁLOGO CON JAZMINA BARRERA
Actualizado: 7 ago 2021
Sobre Linea Nigra (2021, Montacerdos)
Por Tania Lagos Urrutia
Escribir sobre Linea Nigra (2021, Montacerdos) es complejo. Escribir sobre, implicaría una especie de reflexión crítica que me niego rotundamente a establecer aquí. Tomar al texto como un objeto, examinarlo, desmenuzarlo, y proponer una lectura, una opinión objetiva, una revisión distanciada que me parece prácticamente imposible. No puedo escribir sobre algo, acerca de algo, con lo que me siento compelida a dialogar. No puedo armar una crítica, con todo lo que implica el ejercicio literario de hacerlo, si más bien quisiera unirme a un tejido colectivo de experiencias compartidas. Establezco aquí una diferencia, entonces, un planteamiento crítico desde otra vereda si se quiere: a veces el instinto crítico nace desde el mero deseo de conectar con la obra, y sinceramente, pienso que toda gran obra genera, al menos en mí, el deseo de escribir junto a ella.
¿Qué hacer frente a un relato tan íntimo? Un hombre de visita en mi casa tomó el libro y lo hojeó. Luego de un par de páginas lo dejó a un costado con un gesto incómodo y me dijo “qué pudor, cómo tan expuesta”. Me quedé pensando en esas palabras mientras recordaba haber amamantado al Nico en plena calle, polera arriba, guata al aire, mientras caminaba atrasada a una hora médica. Estaba sola frente a montón de gente que paseaba por la plaza que yo cruzaba a toda velocidad. Sola con mi dolor de espalda acentuado por el síndrome facetario. Sola con un niño de cinco meses, regordete a punta de leche que a penas podía cargar. Sola y completamente expuesta.
Igualmente expuesta estuve cuando al nacer mi hijo dos doctores se fijaron que yo estaba acompañada solamente por mi madre. El ginecólogo dijo algo así como “quizás sea momento de avisarle al padre” nada muy terrible. El pediatra por su parte cada vez que nos visitaba para revisar al Nico terminaba su visita diciéndome “Eh, bueno, saludos al padre”.
Cuando le puse cara de enfado y sorpresa (boquiabierta y todo) al escuchar su juicio tan severo sobre una experiencia tan puramente humana, remitió a los pequeños trozos que había leído “se enoja porque el médico grabó su parto y ella misma lo está contando con mucho más detalle” “el parto es de ella”, le dije, “puede hacer con él lo que quiera”. Lo dije casi por reflejo y acaso no la estaba defendiendo sólo a ella. Sentí de golpe el profundo agotamiento del silencio obligado. ¿Por qué callar lo íntimo? Me pregunto qué irá a pensar ese hombre ahora que sus palabras están aquí -y quiero decir caricaturizadas, pero no estoy tan segura de que ese sea el caso- tan a la vista de todos. Sinceramente no creo que la suya haya sido una opinión con malas intenciones, pero sí creo que fue una opinión expresada desde el encierro. Me pregunto si se entenderá a veces que los oprimidos somos todos, incluidos ellos.
Leyendo a ratos pensé que podría haber quién hable sobre las distancias. El relato de Jazmina en muchos sentidos está sostenido sobre el privilegio. Comenzando por el inmenso privilegio de elegir. Privilegio de abundancia: de amor, de tiempo, de cobijo, de espacio, de sustento. Hay quiénes, pensé, podrían leer con rabia. Yo misma sentí a veces el dolor que le sucede a la rabia. Hay una parte del libro en que Jazmina habla de la pausa obligada a la que te lleva la maternidad. Una postergación inevitable que a veces se puede convertir en una especie de tormento. La idea de no salir más de ahí. Que eso fue todo. Se acabó. No hay más. Dar leche y calmar llantos. Horas médicas, cocinar, limpiar, lavar ropa, calmar llantos. Vigilar el peso, la talla, las costuras, las uñas, el baño, el pelo, la nariz, los ojos, calmar llantos. Dormir. Al otro día repetir. Yo caí en el más absoluto silencio de mi misma y leí todas esas anotaciones de Jazmina sin poder dejar de pensar en todas las que yo no escribí. Ni una sola palabra. Silencio absoluto y muchas ganas de llorar.
Recuerdo, particularmente, que el 2019 hubo una feria del libro (quizás la Furia del Libro, ya no recuerdo) en el Museo de Arte Contemporáneo en Santiago. Yo vivía a un par de cuadras así que me fui caminando con el Nico en brazos. Me senté en una de las bancas que estaba afuera mientras él jugaba a caminar de aquí para allá. Miraba la puerta sobre las escaleras sin animarme a entrar. Parecían escaleras eternas. Que podía ponerse a llorar y armar un escándalo. Que podía tomar un libro y arrancarle las páginas jugando. Que habíamos dejado de pertenecer a ese lugar. Que mi realidad ahora era esa, jugar en la plaza, mirar desde la periferia. No entré.
Recordé también el mismo día que conocí a Jazmina y Silvestre. Había venido Anne Carson a Chile e iba a dar una charla en la UDP. Dio dos charlas en realidad, pero a la primera no fui porque era en un espacio cerrado y en cambio la segunda sería en la azotea de la biblioteca. A la segunda charla Alejandra me convenció de ir. El plan era ir a almorzar después del evento. Cuando llegué subí y el pánico al abrirse las puertas del ascensor me hizo apretar de nuevo el primer piso y bajar a comerme un sándwich en el restaurant de al frente. Alejandra me mandó un mensaje preguntando dónde estaba. “Me da miedo que llore e interrumpa toda la charla”, le dije. “Están Jazmina, Alejandro y Silvestre” me respondió como un salvoconducto, una especie de fuerza grupal. Me animé a subir como pude, me puse en la parte de atrás y sinceramente no escuché nada. No tengo la más mínima idea de lo que dijo Anne Carson ni de lo que le preguntaron. Sólo recuerdo sus botas de vaquera rojas. Cuando terminó el evento se me acercó Rodrigo y respiré. Del brazo me llevó a saludar al resto. El Nico conoció a Silvestre. Yo me sentía gorda y desaliñada (look que ostento hasta estos días). Jazmina me preguntó cosas de lo más amables y maternales que yo no recuerdo cómo respondí (discúlpame Jazmina si no fui tan cordial, estaba nerviosísima). Se turnaron Alejandra y Alejandro para sostener al Nico que se reía como si estuviera en una fiesta. Respiré un poco más. Alejandra me propuso que fuéramos a comer los seis, pero yo le respondí que tenía que viajar, que había poco tiempo, que no, que muchas gracias. La verdad es que tenía todo el tiempo del mundo, todo, pero tenía también un terror enorme de sentir esa distancia: pertenecer o no pertenecer, sentirme sola, sentirme inadecuada.
Entiendo ahora que esa distancia no existe. La distancia de la que se podría hablar, con celos o con rabia, no es nada más que un constructo, algo implantado en el subconsciente de casi todas las madres que conozco a punta de juicios lanzados con tanta ligereza como si estuvieran hechos de pura inocencia. Muy por el contrario, es la gran mezcla de fuerza y fragilidad con la que está construido Línea Nigra el claroscuro de la realidad real compartida por todas. No hay distancia en el miedo y el amor (o el miedo al amor si se quiere). No hay distancia en la incertidumbre. No hay distancia en el trabajo, el desafío de una misma. Porque no se trata de la falta de sueño, del agotamiento, del dolor corpóreo, a pesar de que sí lo sea. Ser madre no es parir. Es quizás tener la disposición a ser transformada, dejarse transformar (y quizás ser padre sea lo mismo, pero vaya que hay pocos relatos al respecto. Los conmino a contarnos). Y quizás eso sea lo más bello de este relato. La forma en cómo van cambiando los miedos, las aprehensiones, la forma de ver las cosas a medida que pasa el tiempo, que crece la panza, que sale el hijo, que existe en el mundo.
De alguna forma estoy menos sola después de leer Linea Nigra ¿y no es eso lo que se necesita con urgencia?
Link para adquirir el libro: Linea nigra
precio referencial: 14 mil