El Circo en Llamas
MAHA VIAL: “DIGO LO QUE UN MONTÓN DE VIEJAS NEURÓTICAS NO PUDO DECIR”
Actualizado: 24 nov 2020
Entrevista publicada en Héroes Civiles y Santos Laicos. Palabra y Periferia: trece entrevistas a escritores del sur de Chile (Ediciones Barba de Palo, 1999).
Por Yanko González

"Tengo una enorme ansiedad, una avidez por atrapar el lenguaje, pero no es una búsqueda lingüística formal, sino de contenidos. Utilizo las palabras que realmente cumplan su objetivo. No quiero mentiras en el texto literario, porque allí debe ser todo verdad, incluso la mentira. Entonces hay que torcerle el pescuezo al lenguaje, bajarle los velos, realizar un rito de purificación a partir de él. Lo único real que tiene un poeta es el lenguaje y con él debe vivir de la forma más auténtica posible".
Poeta, actriz, barwoman. Tiene a su haber dos libros publicados: La Cuerda Floja (1985) y Sexilio (1994); ha sido incluida en prestigiosas antologías y obtenido diversos premios. Es la femme fatal de la poesía del sur de Chile. Controvertida, Maha ha ganado eco, ya sea por su desenfadado verbo poético o por sus apariciones públicas. Maldita de cepa, continúa una tradición explorada por no pocos poetas chilenos: el vitalismo a ultranza, la acción, la “yo poeta” encarnada en la verdad vital.
Nos encontramos varias veces en el Tragabar, lugar donde trabaja. Ella se sostiene al timón de los tequilas y los vodka. Agita manos, saborea, se neurotiza. Todo el buque se contornea en sus dedos flacos, que paren “Margaritas” y “Matadores”.
Ya en su casa, se sienta en un sillón con hilos que cuelgan como algas y toma café abrazando la taza cual bola de cristal. Algo como un turbante rodea su pelo cansado de tinturas diversas. Un cobre opaco, un castaño movedizo, unos rayos pálidos. Se menea, se cambia de ropa y brinca atropelladamente de un tema a otro: propone, se retrae, cae agolpada por la angustia y lagrimea. Va por un cigarro, también por una cerveza. Un equipo de música pick up toca a Janis Joplin. Desde los rincones brotan libros de Antonin Artaud, Dylan Thomas y otros desangrados por la vida. Me da bastante tiempo para anotar esto. Tengo suficiente, también, para releer al borde de su gata enferma este poema de Sexilio, su último libro:
Soy la prostituta/ La voraz sirena ninfómana/ jugando con clitórica muñeca/ en las fronteras de la axila humana/ soy la perseguida por el pecado miliciano/ pecado jamás anunciado por palabra divina/ voy como grafiti erótico/ sin cuerpo sin alma/ refugiando el cuerpo/ refugiando el alma/ buscando en míseras esquinas/ las rasgadas caricias de un burdel/ soy la prostituta/ es el cartel que reza mi espalda/ prostituta escribieron con el ardor/ del fuego robado a los dioses/ prostituta en el pellejo/ de mi espalda/ YO DIGO: “SOY LA AMANTE”/ YO DIGO: “SOY EL AMOR”
Ante el gesto de pregunta, lanza su lengua al vacío:
Quisiera decir que cocino, que el pollo a la manzana me queda muy bien. ¿Qué más? Que paso la aspiradora, que también me quedo dormida en la cama, que no siempre estoy sexuando. Que no soy infiel como se piensa y no ando con una máscara.
Me levanto y tomo desayuno, para mí lo fundamental es tomar desayuno. PERO OJO, EN LA CAMA, EN LA CAMA, aunque yo misma me lo sirva. Dejo la bandejita, me pongo a leer y dormir un poco más. De allí puedo ordenar la casa. Generalmente ordeno, soy media histérica con el orden. Para que el poeta Mario Contreras se sienta bien: en el orden se me nota que soy hija de milico (él atribuye todos mis escritos a que mi viejo es militar). Bueno, de allí a almorzar. Escribo como a las tres o cuatro de la tarde. Todos los días escribo algo, que puede tener que ver con el trabajo que estoy haciendo o no. O a veces me pongo a dibujar, me encanta dibujar, también escucho música y bailo. Me encanta bailar y cuando estoy bailando pueden salir muchas cosas, empiezo a hacer coreografías… O sea, una loca… Una loca en su propio manicomio. Hago mis cosas, me pinto, veo con qué ropa voy a ir al bar, me pongo una pañoleta. Me encanta la ropa. Hay algo de creación en el vestuario que se está perdiendo. ¿Qué por qué me visto así? Pero por qué no. ¿Qué por qué abordo a la gente así? Pero de qué otra manera la voy a abordar, por qué le voy a decir a la gente: “Disculpe, tendría Ud. el favor de mirarme”. Cuando era adolescente siempre recibía ese tipo de críticas de mis amigas: “Nooo, ¿cómo le vas a decir a un hombre que estás enamorada de él, no le digas, hazte la interesante”. No, no tenía ni ganas ni tiempo, así que le decía al tipo que me gustaba.
Tengo una enorme ansiedad, una avidez por atrapar el lenguaje, pero no es una búsqueda lingüística formal, sino de contenidos. Utilizo las palabras que realmente cumplan su objetivo. No quiero mentiras en el texto literario, porque allí debe ser todo verdad, incluso la mentira. Entonces hay que torcerle el pescuezo al lenguaje, bajarle los velos, realizar un rito de purificación a partir de él. Lo único real que tiene un poeta es el lenguaje y con él debe vivir de la forma más auténtica posible. Yo trato de que mi relación con la palabra sea la palabra, que el rostro sea fiel a su alma. Para ello utilizo neologismos, imágenes descarnadas, barbarismos; en fin, la idea es encontrar la verdad.
Pero no hago una carrera literaria; tal vez la debería hacer: lograr más contactos, estar bien con la crítica, mandar mis libros donde exactamente tengo que mandarlos… Yo nunca he mandado un libro, NUNCA. Los libros los distribuye Mackandal (Pedro Jara, su pareja).
No sé exactamente para qué, para quién o por qué escribo. Todo ello no lo tengo muy claro o nunca me lo he cuestionado seriamente. Solo sé que estoy diciendo lo que un montón de viejas neuróticas no pudo decir (carcajadas)… Y en este país hay muchas mujeres que no tuvieron la oportunidad de sentir el dolor, de decir el dolor.
Mi relación con la literatura es, en primera instancia, espontánea, natural, aunque no por ello carente de conflictos. Toda la enseñanza básica estuve casi muda, porque tenía problemas de dislalia, entonces me metía para adentro y escribía mucho. Luego fue una elección con más compromiso. Era necesario escribir, dedicarme a la escritura como forma de establecer contactos que de otra forma no se establecerían… Bien, con el teatro también se da, por cierto, esta relación de contactos expresivos, pero el teatro requiere un espacio colectivo. Su voz es posible solo en la medida que los cuerpos se encuentran en un mismo espacio e instante. La poesía nace de un mundo más íntimo, más profundo en lo orgánico. Su origen se traba entre la emoción y la conciencia, a solas.
Sin embargo, nunca se olvida a quien también nos habita. Y siempre son varios o muchos: la Hernández, Elvira; la Berenguer (Carmen); la Zondek (Verónica); esas tres redondas de planeta, de lenguaje. La poesía escrita por mujeres es un fenómeno interesante en el sentido de la transformación temática -como algo instaurado y no un trajecito de moda- y del nivel expresivo. Se me ocurre vinculada más fuertemente con el otro y “lo otro” de modo más intencional y realista, sin aquella sensación del “despojo del amado”, en un movimiento de apertura y en la búsqueda de posibles contactos, cuyo objetivo no tiene género, pero lleva la esencia de aquello que es necesario escuchar. Abordando siempre tópicos clásicos, como la soledad y la muerte, problemas de estructura social, es más frecuente encontrarse ahora con cuestionamientos de la propia condición -mujer y poeta-, del afecto, pero visto bajo el prisma de la reflexión y de lo que se denomina “dolor activo”. Esto es, no la inmovilización por el sufrimiento -con la antigua imagen de la mujer llorando en el lecho-, por el contrario, la realización de acciones a pesar de él. Diríamos: una poeta parada en sus propios “pies-palabras”. Humos, ironía, transgresión, lenguaje insurgente, son algunas de las expresiones de estas certezas. Paz Molina, Malú Urriola, Carmen Berenguer, Elvira Hernández, Verónica Zondek, Teresa Calderón, Rosabetty Muñoz y otras son poetas ya no feministas, sino poetas. Punto. Poetas.
Ahora, entre los hombres, Óscar Hahn; el Maqueira (Diego); las pocas creaciones que conozco de Bertoni (Claudio). Él es un hombre de interesante trabajo. Sus creaciones conceptuales, que van más allá del espacio libro, su lenguaje poético lleno de desparpajos y cierta ácida melancolía, no solo me estimula, también me unen conmigo misma. En ellos existe una palabra potente y vestida de hermosa verdad. De alguna manera todos te leen o te hacen caer esas oscuras oraciones del silencio.
Y, por favor, recordar a la bandada del sur, aquel Torres (Jorge); el “Sergei” Mancilla (Sergio), que vienen sin loco afán a remover el cruzamiento de pesares y sentires.
Entre mis fuentes están Bukowski, el Marqués de Sade, Walt Whitman. Yo creo que Walt Whitman me hizo no sentirme sola cuando empecé. Cuando chica escribía sobre mucha naturaleza, lo que yo tenía. Pero a medida que fui creciendo descubrí el cuerpo con todas sus ebulliciones. Walt Whitman me ayudó a comprender que había algo en esta vida que era rico sentir: la carne. Tenemos temor a tocarnos, a hacernos cariño.
Creo que soy terriblemente sensual. No en el término comercial de ser sensual. Es la cosa de los sentidos, los ojos grandes, las orejas, qué sé yo, el tacto, ocupar los sentidos, impregnarse, ser algo maldito o bendito. Eso me hace adentrarme un poco más. Ahora te digo que cuando hay angustia se sufre con todo, con la carne, con todo. Si yo también la he sentido… (risas). Sonó como teleserie: “Yo también he sufrido, joven” (más risas).
A veces tengo la sensación de ser epidérmica. Un día estuve releyendo a Dylan Thomas y me pareció que había algo como que estaba clavándose en el tiempo. Y me pareció que la poesía era eso, como detenerse un poco. Y me pareció también que yo no lo lograría. Le escribí a un amigo y le dije: “Soy epidérmica”. Dylan Thomas es tan profundo. No, las circunstancias que hacen tu vida te llevan a sentir las cosas con más fuerza, casi al límite, igual que cuando gozas, cuando sufres. Yo he pasado por temporadas de angustia horrorosas.
Me duelen muchas cosas. En general, me duele la falta de libertad. Fundamentalmente la falta de libertad para hacer cosas simples, para poder dirigir tu vida, eso me duele. Me doy cuenta de que hay un montón de cosas que me limitan. El hecho de tener que saludar a alguien, tener que ir obligadamente a un lugar, tener que soportar ciertos acontecimientos que están ocurriendo, no sé, estructurar la vida como se estructura, pagar la luz, el agua. Hay algo de rebaño en todo esto que me hace sentir que no está bien. La contaminación no tiene que ver con algo ecológico o un ataque de bronquios, la contaminación tiene que ver con esas normas que te entrega todo el sistema para poder ser.
“Hey, yo no te he visto”, dicen. Pero dónde me quieren ver, haciendo qué show; me quieren ver en televisión, ganando mucha plata, que tenga auto, que tenga casa. Pero esa huevada es como si fuera otra cosa, como si yo fuera funcionaria pública, no escritora. Porque el objetivo va a ser el mismo: tener una casa, dar una conferencia de vez en cuando, hablar algunas cosas que pueden ser irreverentes para que diga: “¡Oh!, está bien, puta que está bien”. Eso no me interesa. Yo no soy una intelectual.
Cambiaría tantas cosas, para empezar cambiaría esta decoración (mira alrededor). Me gustaría reunirme más seguido con los amigos que amo, los veo demasiado poco. Tengo tan poco tiempo para decirles que los amo, que si me pasa cualquier cosa no olviden nunca que yo los amé. Me gustaría salir en pelotas a la calle y que todo el mundo saliera en pelota como si nada. Que todos pudieran jugar. Me gustaría mejorar más mis relaciones humanas, mi contacto con los demás, a veces siento que yo soy la única que está haciendo este trabajo con la gente. Es fatigoso ver la manera en que el otro se queda ahí; es fatigoso ir, preguntarle cómo está y mirarlo y te digan que bien, y no es así, es mentira. Me gustaría hacer algo para que la gente saque sus cosas. Me gustaría eso, que los demás también se acerquen a mí.
La verdad es que a mí me preocupa la vida, la forma cómo llevamos la vida. No la sana, por cierto, a pesar de las sublimaciones teóricas respecto a ella. Me fastidia cómo ahuyentamos el placer de la vida y la acercamos al dolor, a la muerte. Cotidianamente sofisticamos el dolor de vivir e involucrarnos al sexo. Hacemos pedazos la posibilidad de un goce comunicativo y lo transformamos en un asunto de transgresiones oscuras e inmorales. El otro punto es la metáfora sexo, que me permite exponer la capacidad del hombre por encerrarse, de clausurar los espacios de libertad. Me impresiona ver cómo el hombre ama su imagen doliente, como la eleva y la convierte en símbolo.

Mientras ella habla, doy vuelta la página y leo de su libro Sexcilio:
Nos quieren manchar de excremento/ nos quieren sifilizar/ nos quieren hacer bailar en el vacío/ nos quieren sangrar la bandera sexológica/ nos quieren sifilizar//nos quieren encerrar en sus urinarios logísticos// nos gritan nos gritan corruptos de mierda/ nos quieren sifilizar nos mandan emisarios de otras lenguas/ nos hablan del paraíso descoitizado/ nos quieren sifilizar// nos quieren nos quieren sifilizar//amor mío nos quieren amor mío matar.
No podemos dar vuelta la cabeza para otro lado y hacernos los desentendidos: tenemos una carne y vivimos con la carne. Yo no puedo decir que soy puramente espíritu, no puedo… No hay un ser enteramente espiritual, eso es mentira. A mí el espíritu me aflora por la carne y la carne me aflora por el espíritu. Hay una serie de reglamentos para que esta pasión esté como condensada. Qué sé yo, que el sexo es para la reproducción, que el sexo es para el amor y por el amor, que el sexo está acondicionado por otras cosas, que no tiene una pureza sana, que el sexo siempre está ligado a actos violentos, a una serie de cosas deshonestas…
Está bien, mis textos están apuntando claramente a una cosa sexual, está bien; pero se insiste en ello sobre todo porque SOY MUJER, ¿me entiendes? Hay mucha gente que dice “BIEN, OYE, ME GUSTÓ, TIENE CORAJE EL TEXTO”. Pero se insiste en eso. Y la gente busca causas, qué sé yo, psicológicas -fundamentalmente-. Porque aunque no te digan nada, es como que quisieran decir: “ALGO TIENE”, hay una distorsión porque no puede ser que una mujer ande hablando de sexuar así como así, libremente… ¿Me entiendes, no? Entonces se insiste en preguntarme eso. Yo insisto en no responder bien, y no respondo bien.
Yo tengo los problemas de cualquier mujer que escriba así, porque a un hombre nadie lo va a acosar, nadie lo va a agredir, nadie le va a decir que es un enfermo, un traumado. O “este texto lo escribiste para mí, vamos a fornicar”. Una vez un tipo me agredió, me tiró en la acera y empezó a sobarse encima de mí porque YO quería tener algo con él. Oye, pero cuándo te dije yo, cuándo te hice alguna pestañita, cuándo te dije que yo tengo ganas de estar contigo. Porque cuando yo tengo ganas de estar con un hombre, yo se lo digo. Oye nunca, qué te pasa. Pero, “¿y lo que escribes?”, me dice él… ¡¿Y lo que escribes!?, ¿me entiendes? Y lo que ESCRIBO. Nómbrame algún escritor, Miller, Bukowski, ¿sufrieron agresiones de este tipo? ¿Les dijeron huevás? A mí me han dicho muchas huevás, mujeres, hombres. Al bar te juro que han llegado directamente a decirme huevás relacionadas con el texto. Sí, te empiezan a buscar. Quieren que les cuente historias truculentas. Sí, me violaron diez huevones. Ya, ahí tienen historias truculentas.
Retomo la lectura:
“(Entonces rodamos por las escaleras/ caemos por el abismo galáctico// de la libidinosis y no existe dolor fuera del dolor y Dios está aquí// ¿ay dulce sabor seminal!/ ¿ay dulce olor vaginal!/ Dios está aquí// tiene que estar y no sembrará su rostro// en los áridos genicios cadavéricos/ Dios tiene) // Somos la creación del fuego//SOMOS LA SANTÍSIMA SEXUALIDAD”
Acabo de terminar un diseño para mi próximo libro, Jony Joi. No imaginas cómo gozo mezclando dibujo y palabra. Son tres comadres desnudas que sostienen un gran pene. La lectura dice: “nosotros somos las únicas que lo tomamos en serio”. Este poema, obviamente, va camino a la sección “Putas”.
Estoy escribiendo un texto unitario que eventualmente se llamaría “Maldita Perra”. La idea viene de antiguo, pero ahora tiene el cuerpo y la voz deseados. El “marginio” es uno de los temas que me interesa, aunque no el clásico marginal -aquel traposo de la calle durmiente-. Sino más bien el que está ahí, caminando cerca nuestro y envuelto en olvido. “Maldita Perra” se ha ido haciendo con música lagrimosa, mucha gripe y un resto de ira. No está mal el cóctel. El otro texto -Adiós Súper Mario- está en proceso de boceto y mi juego es la ironía frente al muchacho combativo de ayer transformado en el conformista de hoy.
Creo que la particularidad más grande para mí, actualmente, radica en escribir entre la tos, “margaritas” y “piscolas”, una gran precariedad económica y una cierta soledad que viene de las multitudes. El hecho de estar en el centro o en provincia me da igual. Es cierto que el centro, como todo centro de cualquier cosa, tiene su atractivo por la riqueza de acontecimientos que se producen: lecturas continuas, conglomerados de escritores “consagrados” y otras manifestaciones artísticas que a la palabra le hacen bien. Pero ya sabes, en el centro o “des-centro”, o “a-centro”, le sigo haciendo al “piolismo” y al poco trabajo mercantil. Sufro de estos males para vivir en esta época. Por otro lado, el centro sufre del peor mal: centrarse en su propio centro. Finalmente, siempre he tenido la seguridad de que alguien me escucha desde aquí.
Sobre el centro, te voy a contar una tierna historia, pero te tomas toda tu sopita, ¿eh?...
Estaba en Santiago y una noche de paseos di con La Unión Chica. Abrí la puerta y me asomé con la intención de encontrar algún amigo de teatro o “cachar” algún personaje de cualquier ambiente. Allí estaba él. Botella de vino, vasos, cenicero desbordante, unos tipos a su alrededor -o ¿él alrededor de todo?-. ¿Cómo lo abordaba? Hacía tiempo lo había conocido aquí, en Valdivia, pero siempre odié ese “¡Hola!, ¿qué tal? ¿Te acuerdas de mí?” Corriendo el riesgo de que el otro te diga “A ver… déjame pensar”. Algo definitivamente peor que un “no” categórico y final. En medio del huno y del “macherío”, él me vio y me llamó por mi nombre. Me acerco, los otros me miran con cierto fastidio, incluyendo a Iván, el hermano. Teillier me abraza como de siempre. “Estábamos hablando de boxeo”, me dijo. Bien, aún es mi tema, le repliqué -por ese tiempo de veras lo era-. Los tipos apenas sonrieron, un boxeador que lo acompañaba fue el primero en irse. De a poco, todos se fueron. Ellos no permitían mujeres en sus tertulias y en el bar era rarísimo encontrar alguna. Estuvimos allí hablando, bebiendo, hablando, bebiendo. El universo, ¿no era eso? Después, como dos pájaros temblorosos, marchamos hacia casa. Y otra vez el vino y otras historias. Supe que no dejaría de beber y beberse. La angustia -esa maldita ferocidad que devora hasta la carne- era demasiado alerta, grande y astuta, para soportarla tranquilamente. En algún momento me dormí. Yo era ruda con el copete, pero el copete siempre es más duro que tu rudeza. Al otro día me preparó desayuno con unos huevos. Era tan hermoso. Mientras iba camino a casa con esa-penita-de-todo, me preguntaba ¿porqué a los hombres buenos y bellos la vida les patea el trasero?
¿Hey, te quedaste dormido y no te tomaste la sopita!
Un beso. Me marcho silbando un pasodoble, mientras unas manos se agitan en el dintel de la puerta. Una gata brinca hacia el sillón.