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REPLIEGUE Y ESTREMECIMIENTO

Una lectura de Teoría del polen (Provincianos Editores, 2021) de Victoria Ramírez.


Por Rodrigo Arroyo

"La poética del libro de Victoria toma una distancia de la estética –o ética– lárica, tan masculina y dependiente de la melancolía, como consecuencia lógica de la pérdida".






La poesía resiste el achatamiento de la percepción, la rutina de ver lo mismo,

y propone nuevos enfoques, nuevas versiones de lo real

Alicia Genovese


I

Fue la observación botánica la que permitió a Goethe dar cuenta de ciertos aspectos del desarrollo vegetal que, más de doscientos años después, solo la tecnología ha podido comprobar. Cabría reparar en ello al momento de pensar en las palabras, en que la sistematización del hacer implica una omisión o, mejor dicho, asumir de modo implícito ciertos procedimientos o aspectos vinculados a la creación. No olvidemos que, tras capas de lenguaje, referentes o densidad crítica hay algo que, previo a su representación sensible, se inicia al ver o percibir el mundo, lo que conlleva algunas viejas preguntas, ¿por qué, cómo, para qué o, qué hacer? “Debíamos seguir nuestra intuición y experiencia y hacer muy buenas preguntas” señaló Suzanne Simard, en una presentación que daba cuenta de los experimentos que realizó en los bosques de la Columbia británica, donde comprobó que el Abedul hablaba con el Abeto de Douglas. La comunicación entre las plantas, esa red de comunicación bajo tierra, es también parte de la investigación que ha desarrollado el botánico italiano Stefano Mancuso –incluido por la autora, en los agradecimientos–, retomando ambos estudios e intuiciones del poeta y naturalista alemán. “Al observar con detención se llega a ciertos signos” dice el primer poema de este libro.


Leer es siempre algo nuevo. Debería serlo. Pensar la poesía de esa manera implicaría un estremecimiento, donde la lectura no supone la inmediata activación de un proceso taxonómico que termine con la disección de un libro y su poética. Lo anterior no implica una oposición o menosprecio a los estudios o análisis formales. Sin embargo, eso es algo que corresponde a un estadio posterior. Supongo que este rodeo es una escaramuza para explicar por qué escribo sobre Teoría del polen de Victoria Ramírez.


Al leer este libro espontáneamente asomó el recuerdo de un tiempo y lugar específico: Las buitreras, una zona precordillerana de la séptima región a la que mi abuelo, junto a mi padre, nos llevaron a mis hermanos y a mí desde niños. Tengo una memoria frágil, pero visual. En cierto modo creo que son las imágenes las que articulan un lenguaje, muchas veces mudo, pero lleno de trazos y orillas que tejen algo ajeno a la representación y más cercano al estremecimiento que urde la imaginación. A veces recuerdo las superficies o texturas del mundo frotando entre sí la yema de los dedos, porque suelo tocar las cosas que observo. Pienso que, de ese modo, a partir de las superficies, logro fijar las imágenes y me es más fácil recordarlas, por eso es que muchas veces pinto de memoria. Como un espejo, repliego la escritura sobre ese rincón íntimo que es la biografía porque, tengo la impresión de que es el sedimento, la densidad que este libro no puede filtrar, aun cuando –en apariencia– parezca algo impersonal, limpio o medido. Y me parece que dicho sedimento tiene que ver con algunos pasajes de El futuro es vegetal, de Mancuso. En ellos, y de modo general –para no ahondar en detalles de la disciplina– se sostiene que el hombre, o el animal, como modelo en el cual inspirarse forma parte del pasado y que: “El futuro está obligado a hacer suya la metáfora vegetal. Las sociedades que en el pasado se desarrollaron gracias a una rígida división funcional del trabajo y a una férrea estructura jerárquica se verán obligadas a arraigarse en el territorio y a descentralizarse, a desplazar el poder de decisión y las funciones de mando”. En palabras de Victoria: “si existen afuera / sintonías / alianzas”. No está demás señalar que la mencionada metáfora vegetal podríamos definirla en términos sociales, como una tarea que tenemos pendiente: hacer nuestra la metáfora femenina.


Volviendo sobre esa inquietud por lo medido, ¿será esta ausencia del hablante una forma de poner a resguardo esa biografía o una reacción epocal frente al mundo, o parte de una tendencia nada más? Me pregunto, acaso pensando en las formas que adopta la escritura como ese riesgo latente que Tabarovsky señala, en Literatura de izquierda, como: “El momento en que la literatura deja de expresarse como duda y se escribe como certeza”. En este sentido, creo que leemos lo que la autora diría ante el mundo, ante lo que ve o lo que de él le estremece: “decir las cosas / tal cual suenen / una especie / se extingue (…) y es posible dar la vida por una idea / decir las cosas tal cual suenan”. Guardando cierta distancia, pareciera oírse el eco de Whitman en estas páginas, en el sentido de esa cercanía y fascinación por ese desconocido entorno natural que aparece en “Canto a mí mismo”: “Un niño me preguntó, ¿Qué es la hierba? mientras me la mostraba a manos llenas; / ¿cómo podría contestarle… lo ignoro tanto como él”. Ahora bien, en ambos ese entorno natural no se presenta como un mero decorado, sino que pone de manifiesto la política del autor, podríamos señalar, cercana a la propuesta de Thoreau. O de otro modo, no se presenta como un entorno sino como el todo del que nosotros somos solo una parte más. Siguiendo esta idea, la poética del libro de Victoria toma una distancia de la estética –o ética– lárica, tan masculina y dependiente de la melancolía, como consecuencia lógica de la pérdida. Pero podríamos pensarla en relación a otras poéticas que tienen algún vínculo con el territorio. Pienso –y a propósito de esta comunicación entre las plantas que nacen y son parte de una planta madre– en “Trans Américas”, el proyecto de Juan Downey que, en cierto modo, y como el experimento de Simard, busca evidencias de la comunicación entre los distintos pueblos americanos.


No resultaría del todo forzado, además, –al no ser una relación explícita, dado que no constituye el eje de contenidos de esta poética– el que podamos vincular a este libro con otros que abordan el daño producido por los sistemas de producción o explotación que afectan a los distintos territorios: “hay causas / demanda de leña / expansiones agrícolas / plantaciones comerciales / pino y eucaliptus / incendios clase A”. Sin embargo, en el poema que le sigue leemos: “aún es posible ver / naranjillos / abutilones de Valdivia / palmas de miel / lumas blancas /cipreses enanos / palos gordos /guindos santos / tunillas / hebes / alerces / chaurillas”. Remarco esta diferencia para evidenciar el contraste con, por ejemplo, el Poema de las tierras pobres, de Jorge González Bastías, donde la profundidad del daño impide otra lectura más allá de la indignación, la impotencia y la desolación.


II

¿Qué pasa con el yo, con el hablante de este libro?, ¿qué crisis aborda o atraviesa esta escritura? O para decirlo con Tabarovsky: ¿qué zonas del lenguaje, que parecieran no políticas, politiza esta escritura? ¿Qué ocurre, y a propósito de su distancia con el larismo, con la ética y la escritura, en este texto?, me hago estas preguntas quizá bosquejando una teoría, surgida al pensar en estos tiempos en que el progresismo cultural, reflejo del contexto político, da paso a formas de expresión que muchas veces surgen ante nosotros devenidas en una discursividad correcta, que encubre y suprime el deseo (¿por qué escribir?). Visto así, tal vez podríamos observar más allá de esta escritura, digamos en perspectiva, y preguntarnos si acaso el trabajo temático responde a esas aspiraciones desordenadas de las que hablaba Flaubert, como reflejo de los múltiples emprendimientos de Bouvard y Pécuchet. Es en ese sentido entonces que podríamos preguntarnos, ¿de qué manera las descripciones u observaciones, sin hablante, que conforman estos poemas podrían relacionarse con esa idea de repliegue cultural, en que la imaginación y los sueños están subyugados a ese tiempo cancelado que es el futuro, enunciado por Mark Fisher?

III

Otros vínculos que podríamos establecer, no con la intención de posicionar a esta escritura, sino para resaltar la multiplicidad de formas de abordar el territorio, sería a partir de algo más físico, de la geografía y las materias, que han dado pie una importante producción literaria en este país. Podríamos mencionar el trabajo con el concepto de geopoética, desarrollado por Leonora Lombardi, o las materias que explora Gabriela Mistral. Entendiendo ambas a partir de una afectación por la particularidad del paisaje en los distintos territorios. En el caso de Teoría del polen, va por otro lado, producto de la observación y sus anotaciones, como el limpio ejercicio del naturalista, uno podría suponer –o incluso leer– un texto más axiomático, pero ocurre lo contrario, pues el libro en su conjunto genera un cierto estremecimiento. Podemos encontrar ese hablante desaparecido, afectado en su repliegue. Quedarse ahí frente a la evidencia, a lo que ocurre, sin manipularlo, sin coger palabras de un lado a otro, sin representar algo con ellas, aunque algo de eso haya, después de todo.


“Podemos sentir que el cielo es una lengua”, leemos, y ese sentir, que en cierto modo sería una extensión de lo que vemos, nos ofrece a contrapelo una extensión: la pareidolia. Ver la forma de las nubes encontrando algo más ahí, ver lo que se ve y no lo que ahí está, como diría en otro poema: “hacerse cargo de las imágenes”, aun cuando ello consista en dar forma a un poema nada más, sutil registro de un tiempo a partir de lo pequeño, de los detalles. En ese sentido, cabría recordar un breve pasaje de La supervivencia de las luciérnagas de Didi-Huberman: “«Nadie muere tan pobre que no deje alguna cosa»: en este dictum de Pascal recogido por Benjamin deberíamos poder hallar la energía para considerar como un legado precioso, superviviente, a la menor mariposa dibujada sobre un papel amarillento en el campo de concentración de Theresienstadt por Marika Friednamona justo antes de ser deportada y gaseada en Auschwitz, a la edad de once años”. Quizá el legado de Victoria es, simplemente, una invitación: decir las cosas tal cual suenan. Y tal vez, por ahora, sea eso suficiente.


Valparaíso, verano del 2021


Link para adquirir el libro: https://www.provincianoseditores.com/product-page/teor%C3%ADa-del-polen
Precio referencial: $10.000


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