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  • Foto del escritorEl Circo en Llamas

UN EXTRAÑO NOMBRE

Una lectura sobre Visiones Naturales (Ediciones Inubicalistas, 2014), de Axa Lillo.


Por Jorge Polanco

"Visiones Naturales indica que los poemas se ubican a escala humana, sin prótesis o inconscientes ópticos; a veces silenciosos o mumurantes, pero nunca excesivos ni grandilocuentes. Como se riega un jardín, se acomodan las ropas antes de dormir o se conversa con un amigo en una esquina, estos poemas recortan una mirada interior como quien cuenta un secreto".

Hace algunos años, sentado aquí, en esta misma mesa del café subterráneo, miraba hacia la calle como en una vitrina; contemplaba el semáforo y la plaza Aníbal Pinto y de repente vi a una persona cruzar la calle. Era una mujer que me costó reconocer; estaba muy delgada, con el pelo casi rapado y muy, muy morena. Me miró y nos sorprendimos con la vista chocando de frente. Iba taciturna; una sensación de estremecimiento recorrió mi cuerpo. ¿Quién eres?, pensé: te conozco. Después de divagar en otras imágenes, obligándome a este ejercicio de dispersión para que la memoria vuelva de improviso, lo supe: Axa Lillo.


Estaba cambiada. La había visto por última vez en Limache. Se había acercado a mí después de una lectura. Estábamos empezando a conversar cuando llegaron a buscarla. Le dijeron: vámonos. Lo poco que conversamos con Axa, fue amable y cálida. La vi dos o tres veces y siempre de trato cordial. Con el tiempo, uno se sorprende y valora en Chile estos gestos sin ironía ni sarcasmos. En los primeros años de la universidad había visto uno de sus libros en una librería de viejos en Viña (cuando existían); me llamó la atención su nombre. No sé por qué, pero supuse que era una poeta griega.


Ese último encuentro fue inquietante. Lo comenté con uno de mis amigos: ¿estará enferma? La mirada fue sorpresiva y escurridiza. Bajó la vista tan pronto. Después supe que había sido su último paseo por Valparaíso; al parecer viajó de Limache a despedirse de la ciudad. A los pocos días murió. No quiero relatar ni averiguar los detalles. La poesía chilena abunda en extravíos y agravios.


A principios del dos mil, la escritura era medida por algunos personajes porteños con rudeza; una lucha que requiere de golpes para llegar a los versos auténticos. Golpe a golpe, verso a verso, grafica la imagen de la cordillera: cimas, sombras y efigies. ¿Desde dónde surgen estas jerarquizaciones e imágenes? ¿De dónde salen tantos ministros del interior y sargentos de la poesía chilena? Estas valoraciones afianzan una forma de la mirada en que la escritura requiere de astucias.


Pero a veces la poesía es una extraña iluminación; después de la noticia de su muerte, busqué el poema “Tarde de domingo”: Mi madre murió en plano Favio, / cuando yo no tenía ni carné de Identidad/ Naufragamos en medio de un domingo/ su cuerpo navegó frente a mis ojos/ No seguí sus huellas me hice pasos: puertas y ventanas/ Nada enfrió esta pieza/ Han pasado muchos domingos/ en medio de la tarde, / veinte han entrado por mis ojos/ Y todo fue ternura.


*

Visiones Naturales es un libro póstumo de imágenes claras dividido en dos partes: “Tomas Exteriores” y la “Imagen Extraviada”; pequeñas vistas que ofrecen una transparencia. La rendija de la mirada se parece a la de los haiku. Pervive la búsqueda de una pertenencia que se proyecte hacia fuera, pero que se anude en la discreción e interioridad de quien mira. Ante este “paraíso vendido”, la naturaleza permite que ciertos retazos se asimilen; las tomas exteriores crean la aprehensión de pespectivas y ángulos precisos de vivencias; formas breves y sencillas que remiten a Quebrada Alvarado, el Parque Brasil, Cerro La Cruz o Limache, donde Axa Lillo vivió sus últimos años.


A pesar de las diferencias evidentes, este libro me recuerda a Mitologías de Barthes, cuando toma nota de los nuevos mitos cotidianos a través de pequeñas figuras que crean el inventario moderno. Quizás sea por el título: Visiones Naturales indica que los poemas se ubican a escala humana, sin prótesis o inconscientes ópticos; a veces silenciosos o mumurantes, pero nunca excesivos ni grandilocuentes. Como se riega un jardín, se acomodan las ropas antes de dormir o se conversa con un amigo en una esquina, estos poemas recortan una mirada interior como quien cuenta un secreto.


Incluso en los vuelcos hacia la exterioridad de la primera parte, los poemas delinean vistas breves, epifanías de una naturaleza limpia -ya sea un cactus, una mariposa, la lluvia o el litre-, remitiendo a una intimidad. La diferencia entre las dos secciones no proviene tanto del tono como de cierta turbulencia y desencanto. Algo se disloca en la “Imagen Extraviada”: “el mundo no me busca/ yo que lo he buscado tanto”. La soledad aumenta y gravita, dando la impresión de una luz natural que va nublándose. Estas sombras pueden leerse como síntomas de época y como una desolación existencial. Los poemas se concentran, silenciosos, en una fragmentación dolorosa.


*

La intensidad es una de las cuestiones de la escritura. En La literatura y la vida, Deleuze decía que el devenir es un asunto que desborda la materia viviente, llevando a la escritura hacia lo inacabado. Por la herencia de la antilírica que surge en el siglo diecinueve y el espíritu del capitalismo tal vez, la poesía se ha unido a cierta imagen del noqueo. Al punch, al gancho efectivo y a la habilidad de derrotar al lector. Quizás también se suma a esto una versión autoritaria de la escritura. Algunos poetas ocupan figuras críticas provenientes de la música o del fútbol, siendo que la mayoría no toca un instrumento o no ha jugado a la pelota. Pero a diferencia de estas impresiones desafiantes, Axa Lillo escribe una poesía de baja intensidad, de una disminución de las pulsiones, en una pérdida que va derrumbando los poemas lenta y pasmosamente. La luz se va postergando, el mar se aleja, el cuerpo transmuta y el rostro se desnuda, extraviándose.


En la breve y hermosa nota a la edición, la poeta Catalina Lafertt dice que recuerda a Axa Lillo “con los ojos cerrados, meditando sobre lo oído. En como vivía las palabras, la conciencia que tenía de ellas y como las transformó en una poética, en una forma de habitar, en una manera de vivir en esta tierra”. Aunque no hay refugio en los poemas de la “Imagen Extraviada”, algo pervive en su carácter tenue, sencillo y ausente. Algo pulsa desde el reconocimiento, no desde el consuelo.


Como le decía a un amigo, hablándole de los modos cómo aparecen el hambre y el alimento en Vallejo, a menudo leer un libro importa tanto por lo que dice como por la forma cómo llega a uno. No puedo leer Visiones Naturales sino a partir del poema final, la experiencia de ver a Axa Lillo cruzando la calle y vislumbrar la brevedad de nuestras miradas: “CIUDAD De vuelta a la ciudad/ a ese dolor que se prende/ en los semáforos/ De vuelta a las calles rectanguladas/ a ese ir y venir de competencias// Se vende la ciudad se permuta/ se desinfecta se perdona/ Esto deja huellas cicatrices/ cierta llovizna que acompaña”. Fuera del sistema literario, las y los poetas se transforman en pequeñas constelaciones con extraño nombre, que acuñan en sus vidas el universo de los sentidos de un pueblo, sobre todo en las diferentes provincias de una comunidad (así al menos lo sentí con la reciente partida de Maha Vial, en Valdivia). Con el nacimiento y, más aún, la muerte, la memoria comienza a construir el traspaso de criptas -dicen unos amigos psicoanalistas mistralianos, con quienes me junto-, y la poesía es tal vez la mejor manera de convivir con la espectralidad de quienes parten. “Cactus como piedras eternas velando nuestro entierro”, escribe Axa Lillo.


Link de descarga del libro digital (descarga gratuita): https://edicionesinubicalistas.cl/formato-pdf/
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